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lunes, 6 de octubre de 2008

Nuestra Señora del Rosario y sus antiguas fiestas de 'Naval' En Santa Cruz de La Palma

El fabuloso templo se erige sobre la antigua iglesia del Convento dominico de San Miguel de Las Victorias, un cenobio que fue convertido en un verdadero panteón de conquistadores y descubridores del Nuevo Mundo. Se levantó en los aledaños de la primitiva ermita fundada en 1530 por Fray Domingo de Mendoza, evangelizador del Nuevo Mundo, y dedicada por el Adelantado Fernández de Lugo al Patrón de la Isla.

Este suntuoso recinto cuenta con espléndidos retablos barrocos. El más antiguo es el de la capilla de La Virgen del Rosario, “muy aumentada en el aseo y riqueza de retablo, lámpara y otras alhajas”. Fue realizado en 1660 por don Andrés del Rosario y su hijo, don Lorenzo de Campos. Por este magnífico trabajo recibieron 5.000 reales, “pagados con las limosnas de dinero, pan, vino azúcar que prometieron los hermanos de la cofradía”.

Para la elaboración del bello retablo se utilizaron 40 tozas de viñátigo y como nos recuerda don Jesús Pérez Morera, “cortadas en 1658 en los montes de Breña Baja”. El mismo profesor nos confirma: “su traza, claramente manierista, parece derivar de la portada del tratado de arquitectura de Andrea Palladio”.

El ático tiene un cuadro de Dios Padre colocado en 1664-1666. Es posible apreciar la influencia, tanto en líneas como en decoración, de la cercana portada principal de la Parroquia Matriz de El Salvador (1585).

El capitán Pérez Pintado tuvo desde su niñez una especial devoción por la imagen de la Virgen del Rosario y su cofradía. Esa devoción lo llevó a hacer a su costa “un trono que se compone de cuatro gradas y su basa en que se ponen las andas todo de madera todo dorado y plateado”, del cual hizo gracia y donación a dicha imagen bajo varias condiciones; la primera era que sólo debía de armarse en las fiestas de la Naval, el primer domingo de octubre, aunque también, por ser el día de año nuevo una de las solemnidades del convento, podría facilitarse a la comunidad previo pago a la cofradía del Rosario de la cantidad de 50 reales de limosna, y en las ocasiones que visitara la iglesia la Virgen de Las Nieves en su procesión general cada lustro (Archivo de Protocolos Notariales. Pedro de Mendoza Alvarado, 1694).

La planta de la iglesia se completó, a finales del siglo XVI, con la adición de la citada capilla de El Rosario, que es la segunda colateral de la Epístola. A su fábrica mandó doña Esperanza Fernández de Aguiar dos doblas en 1594. En ella, el pueblo va “mucho mas en la devoción a rezar el rosario, cuyo santo ejercicio ha permitido la misericordia de Dios que se haya restituido con tanto fervor que es el milagro de milagros…”

El Camarín de la Virgen fue construido entre 1697-1698 bajo la dirección del maestro don Domingo Álvarez, “a quien los regidores del cabildo llamaron a sala en 1697 para que dispusiese por fuera la cañería que conducía el agua al puerto”. Su costo total ascendió a 7.323 reales, sufragados en su mayor parte por las dádivas de los feligreses y vecinos en general. Esta acción de engrandecimiento transformó la iglesia y el convento en la más completa muestra del barroco de todo el Archipiélago. En uno de los laterales de la capilla mariana se encuentra el exvoto pictórico marinero más antiguo de España.

La imagen de Nuestra Señora del Rosario había recibido hasta entonces la veneración popular en el altar de la capilla de La Soledad, costeada por don Gonzalo de Carmona, mercader y almojarife de La Palma y su sobrino, el licenciado don Diego de Santa Cruz. Es la primera colateral del Evangelio, donde consta se hallaba en 1589.

Uno de los más fervientes devotos de la Virgen fue el prior del monasterio, muerto en loor de santidad en 1716, Fray Francisco de Lima y Roxas, quien también contribuyó al majestuoso acabado del templo con su exquisito gusto. Así mismo sucedía con Fray Andrés Perera, fallecido en 1708, dejando entre sus bienes 100 libros de oro, 50 de plata y 400 pesos escudos, a fin de finalizar el dorado de los altares del sagrado recinto.

A principios del siglo XVIII, el templo de San Miguel de Las Victorias se convertía así en uno de los más suntuosos de las islas, con cátedras de filosofía, teología, brillando también en las artes y las letras.

La actual imagen de vestir de la Virgen del Rosario, de tamaño natural, está esculpida por el prestigioso y afamado imaginero orotavense Fernando Estévez del Sacramento en 1832, un magnífico trabajo que había sido solicitado al maestro tinerfeño por la comunidad de dominicos.

En los últimos tiempos han cobrado mucho interés las andas de baldaquino que pertenecen a la Virgen del Rosario, ejecutadas en el último trienio el siglo XVII, una bella pieza en la que encontramos, quizá, el precedente en el que Pedro Merín se basó para su tabernáculo de Santo Domingo de La Laguna. La importancia de esta obra ha sido expuesta por la profesora doña Constanza Negrín, quien restituye uno a uno a todos los artesanos que tuvieron que ver en la misma.

El mayor interés de la obra, aparte de su elegantísima factura y de su posterior importancia para la plata canaria, es que, a los autores a los que tradicionalmente se había atribuido, Silvestre y Diego Viñoli -orotavenses afincados en Santa Cruz de La Palma-, hay que unir al platero Diego Agustín de la Torre Betancur, que realiza la peana, los brazos y las estrellas del cielo.

Este autor, del que no se conoce más obra documentada, podría ser así mismo, la mano hacedora de piezas similares, tanto en La Palma como en otras Islas, dando así al descubrimiento de la mencionada profesora el interés de haber abierto un nuevo foco de investigación.

La preciosa efigie se halla rodeada por una enorme aureola de plata, un sol elíptico de ráfagas muy prietas. Va revestida con amplios ropajes y gran manto y un valioso rostrillo. Lleva lujosas prendas, dádivas de devotos agradecidos por su intersección ante conflictos personales.

Por ejemplo, Luis de Consuegra, sin descendencia, había dejado en una cláusula testamentaria a “Nuestra Señora del Rosario del Convento de Santo Domingo una corona de rosario engarzada en oro de frutilla” (A.P.N., 1678)

El Niño Jesús que lleva en sus brazos es obra del imaginero Aurelio Carmona López, escultor más sobresaliente de todos los que florecieron en La Palma en la segunda mitad del siglo XIX. La hermandad del Santísimo Rosario, ante lo pequeño del niño que se poseía, determinó encargarle al artista palmero la hechura de uno nuevo, mayor, que guardara una mejor proporción con la Virgen y esculpió una fiel reproducción del que porta la imagen de gloria de Nuestra Señora del Carmen de la parroquia de El Salvador, obra también, como la del Rosario, de Fernando Estévez del Sacramento.

Se ignora la fecha exacta de la fundación de la Cofradía del Santo Rosario, encargada de hacer la “Fiesta de la Naval” con procesión por las calles y su octava; “salve y letanía todos los primeros domingos de mes, por la tarde, y los entierros de sus congregantes con un aniversario general por los mismos”. Sus nuevas constituciones fueron aprobadas por Real Orden de 4 de abril de 1862, “en las cuales se hace protesta de que, al reorganizarse bajo nuevas reglas, se hace con la antigüedad del año de 1530”.

Su Majestad la Reina doña Isabel II, en Real Orden de 11 de septiembre de 1862, se dignó aceptar el cargo de Hermana y Camarera Honoraria que le fue propuesto por esta Cofradía.

El día 5 de octubre de 1729 comenzó a hacerse en esta ciudad la procesión de la Virgen hasta la Cruz del Tercero, en la Plaza de la Alameda; se originaron varios pleitos porque “los frailes se excedieron de su territorio, saliendo del círculo acostumbrado”.

El Provisor y Gobernador del Obispado, don Luis Manrique de Lara mandó que los frailes eligiesen las calles, y que, elegidas, quedasen demarcadas para siempre, y los religiosos señalaron “las que se han venido siguiendo, que son las mismas de cualquier procesión general”.

El 4 de noviembre de 1709 la Hermandad de la Virgen acordó hacer la fiesta de octava de La Naval a la que se obligaba a participar en los actos de la mañana y de la tarde. Luego, don Pedro Massieu Monteverde, Oidor de la Real Audiencia de Sevilla, llegó a hacerse cargo voluntariamente de esta festividad desde 1713.

Las Fiestas en honor a la Virgen, llamadas de “Naval”, llegaron a ser una de las más alegres, espectaculares y multitudinarias de cuantas se celebraban en la Isla después de las de la Bajada de la Virgen. La plaza se iluminaba con hachos de tea y montoncitos de serrín y brea que se repartían por toda ella y se le colocaban unos palos con brazos de hierro en forma de “ese” asemejando un gigantesco candelabro, rematados por farolillos con velas.

Pero luego llegó la luz eléctrica. Éste es otro dato curioso que nos da una idea de la importancia que tuvieron estos festejos. “El Electrón”, fundada en la capital palmera para el suministro de luz eléctrica a la población, debía encender el alumbrado público: “en dos de los tres días de Carnaval, Domingo de Piñata, Nochebuena, Vísperas de las Fiestas de La Naval y San Francisco… incluso los festejos que se celebraran cada cinco años con motivo de la Bajada de la Virgen…” Recordemos que Santa Cruz de La Palma fue la pionera en Canarias en tener, entre tantos otros avances, luz eléctrica. Con ello, las fiestas se vieron mejoradas en todos los aspectos. Eran realmente espectaculares. Como también lo eran los “paseos de gala”, en los que las damas estrenaban y lucían los complicados atuendos a la última moda, y la plaza de Santo Domingo se convertía en el centro neurálgico de las reuniones de la capital palmera. Ésta lucía los más vistosos adornos.

Con motivo de una epidemia de viruela en el vecino Barrio de San Telmo, las fiestas fueron suspendidas en 1897. Tan sólo tuvieron lugar los actos religiosos.

Con la apertura de la plaza a la calle de San Telmo (finales del siglo XIX y principios del XX) se dio inicio al plantado de los laureles y la plaza cobró aún más belleza. La autorización para las obras la dio el arcipreste don Benigno Mascareño. Lamentablemente en nuestros días fueron cortados y tan sólo quedan un par de ejemplares. Un triste fin para unos magníficos árboles y una espléndida plaza. No queda ya el menor vestigio de su esplendor.

Por esa época, la imagen mariana comienza a hacer su salida por el mencionado Barrio de San Telmo en la víspera de su onomástica, iniciándose gracias a la generosidad de don Miguel Lorenzo González, una vez éste regresó de Venezuela. También el Barrio de San Sebastián quiso que la procesión pasara por sus calles en la misma víspera, asunto que ocasionó algún que otro disgusto a los de San Telmo. La Hermandad decidió que el 1902 la Virgen ascendiera por primera vez las engalanadas calles del Barrio de “La Canela” – como popularmente se le conocía al de San Sebastián. Las calles parecían un bosque de faya por la frondosidad de las ramas cortadas para adornarla y en la fuente de El Dornajo, al final de la pendiente, se colocó un pabellón diseñado por Ubaldo Bordanova bajo el cual se situó el trono para recibir el canto de loas y fuegos de artificio. Una vez la procesión llegaba a la abarrotada plaza, la Virgen era colocada detrás de un gigantesco arco formado por piezas de pirotecnia, dando la sensación de que la imagen estaba nimbada de fuegos de artificio. Luego se iniciaban los acordes del aria “Rosario de María de misterioso emblema…” cuya letra se debe al poeta palmero Domingo Carmona Pérez y cuya música es obra de Victoriano Rodas (1827-1916). Más tarde, el músico Manuel Henríquez Arozena (1888-1920) compuso la loa que se ha venido cantando en los últimos años. También don Domingo Santos Rodríguez en 1927 dedicó a la Virgen otra partitura, junto con su letra.

Fernández García nos describía con profusión de detalles en la prensa local de 1963 cómo la plaza de Santo Domingo se convertía en una especie de “gran salón” en el que llegó a interpretarse para estas fiestas en 1940, un Carro de la Bajada de la Virgen titulado “Reina de La Paz”. Esto nos da una idea de su importancia.

Como hemos visto, la Virgen desfilaba procesionalmente por las empedradas y empinadas calles de los barrios colindantes a la iglesia en los días 6 y 7 de octubre de todos los años. En estas últimas ediciones tan sólo lo ha hecho el día de su onomástica. Todo un espectáculo artístico que se ha desarrollado entre la devoción ancestral de un pueblo que, ambiguamente, no olvida sus tradiciones pero, lamentablemente, sí las deja morir. Aquellas “Fiestas de la Naval” competían en espectacularidad con las de San Francisco de Asís, también de la capital palmera. Eran tiempos de loas, cuadros plásticos, banderas, mantones, altares efímeros, comparsas de “gigantes y cabezudos”, reuniones vecinales para limpiar las calles y embellecerlas con gallardetes y damascos, etc., en un tiempo donde el pueblo orgulloso y diferente se unía en este dulce “pique” para demostrar a propios y extraños de lo que era capaz. Lamentablemente esto ya se ha ido acabando. El pueblo palmero, poco a poco, está perdiendo su identidad y esto, irremediablemente llevará a convertirlo en uno más, en una copia clonada de otro pueblo cualquiera falto de la gloriosa historia que el nuestro sí ha tenido.

José G. Rodríguez Escudero

BIBLIOGRAFÍA

Archivo de Protocolos Notariales de Santa Cruz de La Palma, (A.P.N.), Pedro de Escobar, 1678
FERNÁNDEZ GARCÍA, Alberto-José: «La Esclavitud y Hermandad del Santísimo Rosario». Diario de Avisos, (24 de octubre de 1963).
FUENTES PÉREZ, Gerardo. Canarias: el Clasicismo en la Escultura, Aula de Cultura de Tenerife, Excmo. Cabildo Insular de Tenerife, 1990.
VV.AA.: Gran Enciclopedia del Arte en Canarias, Centro de la Cultura Popular Canaria, Gobierno de Canarias, 1998
LORENZO RODRÍGUEZ, Juan Bautista: Noticias para la Historia de La Palma, La Laguna- Santa Cruz de La Palma, t. I y II, 1975-1997.
PÉREZ GARCÍA, Jaime: Los Carmona de La Palma. Artistas y artesanos. Servicios de Publicaciones de Caja Canarias, Excmo Cabildo de La Palma, 2001.
- Idem. Casas y familias de una ciudad histórica. La Calle Real de Santa Cruz de La Palma. Madrid, 1995
PÉREZ MORERA, Jesús: Magna Palmensis. Retrato de una Ciudad. CajaCanarias, publicación nº 242, Arte 27, 2000
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