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martes, 25 de noviembre de 2008

CONVENTO REAL Y GRANDE DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE NUESTRA SEÑORA

Medio milenio de historia franciscana en La Palma.

Los frailes franciscanos -que habían llegado a La Palma integrados como evangelizadores en las huestes del conquistador Alonso Fernández de Lugo - tuvieron que vivir quince incómodos años en unas chozas de paja en las cercanías de la ermita de La Encarnación y en las cuevas cercanas. Se dice que luego bajaron desde allí para asentarse en las proximidades del Castillete hasta que éste fue arrollado por una avenida del Barranco de Las Nieves. Luego dio comienzo la obra del anhelado convento en 1508, tras la cesión de los terrenos en los que se ubicó el cenobio masculino y su templo llevada a cabo por Magdalena Infante y Martín Camacho.

“Que Magdalena Infanta dio a los franciscanos como tres fanegas de tierra, que lindaba por una parte con las de Martin Camacho… el miércoles 22 de noviembre de 1508, otorgó la escritura pública en el solar y sitio del Monasterio de San Francisco ante Pedro Velmonte, escribano público…”
Lorenzo Rodríguez

El fundador y reformador de la Orden de San Francisco había sido el Padre fray Andrés Bentaja. Dicha cesión había sido confirmada por el Gobernador de la Isla, Lope de Sosa, “según consta de diligencias practicadas para la confirmación de donación del sitio en que se fundó el convento, por ante Pedro Velmonte, Escribano Público, en 3 de Diciembre de 1508”.

Sería el cuarto convento que se fundaba en Canarias –provincia franciscana denominada San Diego de Alcalá- y fue “convento de estudios con cátedra de Filosofía y Teología”. Según tradición, fue auspiciado por la reina doña Juana y, por ello, su portada principal ostenta, en señal del real patronato, el escudo de Castilla esculpido en piedra.

También existe otra tradición, según la cual, éste sería el segundo convento y que hubo otro anterior, fundado el mismo 3 de mayo de 1493, coincidiendo con la Conquista de La Palma. Según fray Diego Inchaurbe, hay documentos en los que consta la fundación de lo que él llama el segundo convento (1508) que fueron presentados por el Padre Ventosa, Vicario del monasterio al Gobernador Lope de Sosa. Por cierto, fray Diego decía que el escribano público era Juan Marquino y no Pedro Belmonte. Allí se dice también que las ruinas del primero se encontraban junto al Castillo Principal de Santa Catalina para defenderse de las posibles incursiones de piratas en los primeros años después de la conquista. Fernández García informaba de que “el licenciado Luis Fernández y los religiosos de nuestro Padre San Francisco hicieron su monasterio en el año de la torre, junto a la huerta que dicen de Santa Catalina y yo alcancé a ver un pedazo del cimiento de su iglesia, en este lugar estuvieron mis hermanos algunos años hasta que en el de 1508…” El historiador palmero también informaba de que fray Luis Felipe -ministro del Santo Oficio y padre definidor de su Orden- había nacido en 1609 y había visto las ruinas y parte de una esquina del primer convento arrimado a la puerta de Santa Catalina, según un libro del Archivo Histórico de Santa Cruz de Tenerife. Rumeu de Armas también hablaba de que las casillas de paja donde vivían los franciscanos en los primeros años tras la Conquista estaban ubicadas en los alrededores de la ermita de Nuestra Señora de la Concepción y que la fundación y construcción del convento de 1508 fue en lugar diferente al del oratorio, en las proximidades del castillo mencionado.

A pesar de estos posibles antecedentes, la fundación oficial del que nos ocupa tuvo lugar en 1508. Millares informaba de que “en este año se funda el Convento llamado de la Concepción de Sn. Miguel de La Palma”.

Por mandato de la reina doña Juana, había sido dedicado a la Concepción de Nuestra Señora. Se trata del primer cenobio erigido en el Archipiélago bajo esta advocación mariana. Fernández García nos recuerda que “su iglesia y la existente en La Laguna bajo el mismo dogma son los templos más antiguos de España dedicados a su Patrona”. En la Península, el que presenta más lejana fecha es el de Valencia, dedicado a dicha advocación por decreto del Papa Clemente VII en 1534.

Desde los primeros años, este monasterio se había erigido como el núcleo en torno al cual se estructuró el popular barrio de La Asomada, al norte de la creciente ciudad. Una zona que estaba habitada –según un edil en 1823- por “los más pobres, descendientes de aquellos guanches que habitaban las cuevas de un risco inmediato al convento”. Si bien los vecinos más pudientes se concentraron alrededor de la parroquia de El Salvador y zonas colindantes, las clases populares, como artesanos, pescadores, jornaleros, albañiles, etc. lo hicieron alrededor del convento de San Francisco.

Los frailes franciscanos habían obtenido la primera dotación de agua el 4 de mayo de 1534, confirmada por el Emperador Carlos V por Real Cédula expedida en Valladolid el 14 de junio de 1544. Los terrenos donde fue erigido el convento no eran llanos, lo que dio como resultado que sus primeras edificaciones, que lindaban al norte con el Barranco del Río, quedaran más elevadas que el llamado “Patio de los Naranjos”.

Desde este patio se accedía a la entrada principal del cenobio, donde quedaba su primera parte al descubierto y la otra bajo techo. Sus dos vanos, el de entrada y la ventana por donde entraba la luz solar, estaban formados por dos arcos, sostenidos por pilastras, construidos en la llamada piedra molinera. Este material y estas formas se suceden a lo largo y ancho del inmenso edificio, alternando con arcos de medio punto y capiteles toscanos, aunque también existen algunos en piedra roja. Sería en la segunda mitad del siglo XVIII cuando se empezaría a levantar delante de la fachada de la primigenia fábrica un nuevo alzado. Fernández García continuaba diciendo que “aún en la segunda mitad del pasado siglo no se había edificado el segundo cuerpo, lo que vino a tener efecto con motivo de haberse establecido los militares en el recinto”.

Junto a este cuerpo primitivo edificó Hernán Rodríguez Perera una sacristía. Aún existe una placa esculpida en piedra en la que también consta el año, 1599. Se cree que las obras siguieran avanzando junto a esta sacristía “y es de hacer constar que la edificación situada en el lado del poniente también quedan a las mismas alturas de las primeras volumetrías que se tuvieron”. El desaparecido investigador Fernández García, pensaba que dichas obras debieron de tener lugar durante la primera mitad del siglo XVII y que luego irían paulatinamente acometiéndose el resto de fábricas situadas en el lado del naciente y sur. Para comunicar todo el edificio por el sur se hizo necesario construir una galería hecha en madera de tea, “soportado con sus correspondientes pies derechos, zapatas y pequeños plintos de piedra molinera que, sin duda alguna, contribuye al embellecimiento del Patio de Los Naranjos, donde estaba colocada la hermosa pila de cantería que hoy podemos ver en la Plaza de San Francisco”.

Las obras no cesaban y el recinto conventual cada vez se aumentaba con más y más adiciones. En el último cuarto del siglo XVII y a lo largo de todo el XVIII, el cenobio se engrandeció notablemente. De esta época es la nueva entrada principal, “con mayor amplitud y riqueza”. Su primer cuerpo es de cantería y el segundo, algo más estrecho, está ejecutado con madera de tea de los montes de La Palma. El artesonado, realizado con el mismo material, es de “parhilera con un pequeño almizate”. El vano que franquea el pórtico de entrada está constituido por un arco carpanel y pilastras en piedra molinera, con sus correspondientes capiteles toscanos.

A finales del siglo XVII –etapa de esplendor y actividad constructiva en el monasterio- se finalizó el pequeño claustro, de planta cuadrangular con galerías adinteladas que son sostenidas por pies derechos y rematadas por zapatas. En su centro existía una pequeña fuente, siguiendo las modas imperantes en la segunda mitad del siguiente siglo. Así, era frecuente verlas en los patios de las mansiones y casonas de las familias adineradas e incluso –como dijera Rodríguez Martín- dentro de los conventos. En 1612, los religiosos contrataron con los fragueros la entrega de toda la madera de tea necesaria para “haser la grada del quarto grande que se hase en dicho convento”. En 1630 se fabricó el segundo claustro más costoso, que “sercan” dos crujías o “quartos grandiosos y muy suntuosos, con portadas de cantería y escaleras de piedra en que se an gastado muchos ducados…”

En 1643, un testigo declaraba con respecto a todas estas obras: “que en quanto a los edifiçios e obras los tiene muchos y suntuosos y en particular un quarto grande donde está el granero con su segundo claustro y otro quarto nuevo que hiso y acabó el reberendo padre fray Juan de San Francisco y un retablo muy bueno con su sacristia nueba y que en materia de edifiçios ningún combento más suntuoso, dise el testigo, que el de esta ysla…”

Los Doce de Su Majestad -como se conocía a la docena de soldados que formaban el cuerpo de guardia del vecino Castillo Real de Santa Catalina de Alejandría- fundaron la capilla de San Francisco Solano, a fin de que ellos y sus familias fueran enterrados en ella. Sus constituciones fueron elevadas a documento público ante el escribano Andrés de Huerta el 18 de noviembre de 1697. El año siguiente, el maestro Gaspar Méndez de Abreu se obligó a construir el arco de la capilla. Según el cronista y alcalde constitucional Lorenzo Rodríguez, el primer soldado en ser enterrado allí fue Lucas Marques en 1700. De hacia 1704 es la imagen de San Francisco Solano que perteneció a la capilla de los soldados en el ex convento franciscano. La pequeña escultura, de talla completa, presenta al misionero franciscano evangelizador del Perú, con ambos brazos extendidos, paralelos al suelo, en actitud suplicante. Actualmente ocupa una de las hornacinas del retablo de la Orden Tercera. Porta en su brazo izquierdo una magnífica cruz de ébano. En 1903, al hacerse las reformas del cuartel, desapareció la capilla como tal, aunque aún se puede ver la dependencia. Junto a ella, la capilla del Monte Averna y Llagas de Nuestro Padre San Francisco fue fabricada por Francisca Ruiz de los Reyes (1597-1659), donde se hallaba el magnífico lienzo de la Impresión de las Llagas, óleo del siglo XVIII propiedad actual de la Venerable Orden Tercera. Ha sido restaurado en el año 2008.

El campanario del convento fue fabricado a finales del siglo XVIII y su acabado tuvo efecto en 1800. Una magnífica obra de tres cuerpos y construcción de sillares donde aparecen cornisas, impostas y pilastras. Fernández García nos decía orgulloso que “la espléndida construcción comparte su calidad entre los mejores ejemplares de su género existentes en Canarias”. Dentro del territorio insular, tanto la fachada principal en la que se incrusta la espadaña como el resto del conjunto monástico formado por ambas edificaciones, presentan los primeros movimientos neoclásicos. El mismo investigador nos decía que “el campanario y su correspondiente suelo es proindiviso. Sus propietarios son el Excmo. Cabildo Insular de la Isla de La Palma, la Venerable Orden Tercera Franciscana y la iglesia de Nuestra Señora de la Concepción (Parroquia de San Francisco)”. Pérez Morera nos informaba de que “como centro social y espiritual, sus campanas marcaban la vida de los habitantes del barrio; y, desde el campanario del convento, los frailes franciscanos pedían al pueblo una oración por los navegantes, por los que estaban en agonía y por los buenos sucesos de la monarquía de España…” Esto se ejercía todas las noches a fin de “fervorizar al pueblo cristiano y despertarle la memoria de la muerte y penas del purgatorio…” El mismo profesor palmero también recordaba que el capitán Juan Massieu de Vandale quería perpetuar esta piadosa costumbre y que por ello, desde su reclusión en el convento por haber asesinado al amante de su esposa, había entregado mil reales a los monjes en 1728, dinero destinado a la reparación de la enfermería.

Anexa al convento y compartiendo el mismo espacio de entrada bajo la torre de la espadaña, se sitúa la capilla de la Venerable Orden Tercera “en la cual hace su Comisario todas aquellas funciones propias de su instituto, sin intervención del Beneficio”. Por razón de ese sitio donde se ubica, debió de haber sido fabricada conjuntamente con el Convento en 1508. Se trata de una construcción de una única nave con arco triunfal de medio punto que descansa en sendas ménsulas, recurso éste poco usual en Canarias. La doctora Fraga nos informa de que “el buque del templo lo cierra una armadura en artesa, en tanto que el presbiterio tiene una ochavada, pero ambas son mudejáricas”. Lorenzo Rodríguez nos indicaba que los libros más antiguos que se conservan son de 1600. Al perderse los anteriores se ignora la fecha exacta de su fundación. Sí se conoce la de la creación de su hermandad: 1633. El mismo cronista confirma que fue en 1737 cuando se reedificó y amplió con una sacristía, sala de juntas, etc. A partir de entonces comparte coro con la iglesia de San Francisco de Asís. Fue bendecida el 21 de diciembre de 1737, después de haber sido “alargada siete varas y media”. Tras un completo abandono en los años setenta del pasado siglo, la Capilla de la Orden Franciscana Seglar -como ahora se denomina- se ha rehabilitado profundamente y luce sus mejores galas. Al prestigioso artista palmero Juan Manuel de Silva, hijo de Bernardo, se le encargó en 1747 la decoración del magnífico retablo mayor –construido en 1734-, el cual constituye el ejemplo más antiguo de la isla con soporte de estípites, en su versión de pilar almohadillado. El maestro palmero fue autor de las pinturas de temática franciscana del segundo cuerpo y de las curiosas chinoiseries con escenas profanas de las predelas. También de los lienzos que representan a Santa Casilda, Santa Isabel y El abrazo de Cristo y San Francisco. En la hornacina central se venera la Dolorosa, donada a la Orden Tercera por su autor, Nicolás de las Casas Lorenzo (1821-1901). Otra imagen digna de interés es la talla de San Pedro de Alcántara (s. XVII), colocada en la parroquia franciscana por el síndico del convento Domingo Méndez y su esposa Carmona en el altar que fundaron en 1681 en el coro bajo, en la pared del claustro. Pérez Morera nos informa de que “su cabeza es un magnífico estudio anatómico, en tanto que el cuerpo está elaborado con telas encoladas y doradas”. Otro de sus tantos tesoros es la gigantesca lámina al cobre de la Familia Franciscana, grabada por Peeter de Iode en Amberes en 1626. Representa el árbol espiritual de la orden franciscana en el que se distribuyen más de ochocientas figuras. Existe otra imagen mariana de candelero de 1,20 mts de altura ejecutada en madera policromada a partir de 1774 por Marcelo Gómez Carmona (1713-1791). Se trata de Nuestra Señora de la Concepción, de trazas barrocas con tendencias clasicistas. Las magníficas imágenes de Santa Margarita de Cortona (de Domingo Carmona de 1734) y San Buenaventura se hallan bastante deterioradas y hace ya varios años que no se muestran en público. Toca ya recuperarlas. Digna de mención es la obra pictórica de Juan Manuel de Silva: La Adoración de los Magos, San Francisco de Borja y El Sueño de Jesús. Muy venerada es también la imagen de la Verónica, esculpida en los años sesenta del pasado siglo. La bella efigie, de tamaño natural se debe a la gubia del escultor Andrés Falcón San José y fue decorada por don Manuel Arriaga Bero.

Gracias al gran esfuerzo de algunos miembros de la Venerable Orden Tercera (V.O.T.) -actualmente denominada Orden Franciscana Seglar y del Cabildo Insular--, se ha recuperado esta preciosa capilla. Se ha procedido a la rehabilitación de las dependencias anejas a la misma para la exposición de los tesoros de esta Orden en unas grandes urnas donde se exhiben, tanto casullas, ternos, capas… como mantos de San Francisco, su Toisón de Oro, sus andas de baldaquino de plata, ornamentos, etc. Se han creado unas nuevas hornacinas para la colocación de las imágenes, como la de la remozada de San Juan Evangelista, San José... En un pequeño nicho forrado de damasco dorado se expone, después de muchos años, el Lignum Crucis, un trozo de Santo Madero, cuya “auténtica” fue expedida en Roma el 4 de abril de 1778. Una reliquia que había pertenecido al Virrey de Manila, Capitán General el herreño don Pedro Quintero Núñez. La capilla luce, por fin, como en los mejores momentos en los que fue orgullo de toda una comunidad.

La profunda crisis que sufría La Palma desde la segunda mitad del siglo XVII se comenzó a notar en el monasterio. Se vivieron momentos de franca decadencia y ruina material. Se tuvo que vender al cercano cenobio femenino de Santa Clara varios censos que importaban tres mil reales para reparar la techumbre de la iglesia. El capitán Juan Massieu de Vandale ofreció mil reales para reparar la enfermería del convento. Incluso el padre guardián Juan de Oviedo escribió al presidente de la Real Audiencia de Sevilla -el palmero Pedro Massieu Monteverde-, para tratar de recuperar “el lustre, timbre y realse de convento Real, título tan meresido por su real fundación”, así como para “pedir a Su Magestad (Dios le guarde) alguna ayuda de costa para el material reforme en las ruinas del convento”. A finales del siglo XVIII, gracias a la labor del Provincial de la Orden y uno de los religiosos de más prestigio en el Archipiélago, fray Bartolomé y su hermano, fray Antonio José Lorenzo, Guardián del convento, se pudo emprender su reconstrucción general. El inmueble fue “reedificado en pocos años, con la más presiosa arquitectura, arcos y buena disposición de los claustros”. Se reparó y mejoró la casa-convento “hasiendo distintos arcos para la buena disposición de las procesiones…” Se sustituyó el antiguo órgano por otro nuevo y mejor –actualmente en deplorable estado de conservación- y se dotó a la sacristía con un ajuar magnífico de ternos, alhajas de plata, incensarios, ciriales, arañas y otras valiosas piezas…

En planta, la casa-convento se organiza en torno a dos grandes patios con corredores de madera, según los modos de la arquitectura doméstica tradicional y que, afortunadamente, aún pueden ser admirados. El más antiguo es el claustro pequeño, del siglo XVI, al que más tarde se le añadió el grande. Pérez Morera nos informa de que “en torno al primero, adosado a la nave del templo, se distribuían, en la planta alta, los dormitorios de los frailes y la enfermería, y, en la baja, el refectorio –en la crujía paralela a la iglesia-, con antesala del De Profundis y la cocina, además de las capillas del Monte Averna y San Francisco Solano, ambas abiertas en el costado oriental de la galería del patio”. Estas capillas servían de lugar de enterramiento y también para los descansos de las procesiones claustrales. Éstas se dirigían desde la iglesia hacia el convento a través de la desaparecida Puerta de Gracias, cuyo arco –hoy tapiado- se hallaba próximo a la escalera principal.

El monasterio de padres franciscanos se suprimió el 12 de julio de 1821, siendo el Guardián fray Jacob José Pérez. Un lustro después, el 14 de julio de 1826, se establece nuevamente, pero volvió a ser suprimido el 1 de noviembre de 1835, esta vez definitivamente, cuando ostentaba el cargo de guardián fray Juan Antonio Carpintero. El inventario de 1835 indica que existían veinticinco celdas, dieciocho de las cuales eran ya inútiles por su deterioro.

Pasados varios años, las amplias dependencias de este extinto monasterio sirvieron de cuartel para los Nacionales, “los que determinaron trasladarse al de San Miguel de Las Victorias, ex convento dominico”. Por Real Orden de 21 de febrero de 1850 allí se albergó el Batallón Provincial de La Palma, ocupando los militares el recinto hasta 1952, fecha en que se trasladaron al cuartel El Fuerte de Breña Baja.

El Excmo. Cabildo Insular de La Palma compró al Ejército el histórico inmueble mediante escritura fechada el 22 de febrero de 1947 ante el notario Lorenzo Martínez Fusset. Fernández García nos informaba de que “la finca urbana tiene una extensión de 4.469,50 metros cuadrados, en forma irregular y edificados en su mayor parte”. Se destinó entonces como casa-habitación para albergar a las familias humildes con escasos recursos económicos. El propio Alberto-José seguía esclareciendo más detalles interesantes. Por ejemplo, el 7 de julio de 1958 se había acordado que el Cabildo concediese el usufructo de una parte del inmueble a la Escuela de Formación Profesional Virgen de Las Nieves y el 1 de julio de 1965 fue vendido al Obispado de la Diócesis Nivariense 216,13 m2 con su respectivo inmueble. Luego, previa autorización del Ministerio de la Gobernación, se cedió en usufructo a la Delegación Nacional de Juventudes una extensión de 3.000,54 m2 y, por sesión plenaria de 6 de febrero de 1961, se acordó ceder en propiedad, por causa de un convenio suscrito con la Venerable Orden Tercera, la extensión de 161,01 m2. El Cabildo cuenta en su propiedad con 4.082 m2, con sus correspondientes edificaciones, según datos aportados por el propio Fernández García. El 7 de febrero de 1986, la Corporación Insular acuerda, en sesión plenaria, el traslado y ubicación de los Museos Insulares en el recién restaurado convento. A lo largo de estos años, su patio principal se ha destinado a cancha de baloncesto y otros deportes, luego a conciertos y obras de teatro, danza y variados espectáculos, mientras que el interior alberga numerosas exposiciones. En sus dependencias claustrales tienen su sede la Biblioteca Pérez Vidal, el Archivo General de La Palma, el Taller de Restauración del Cabildo y el Museo Insular de La Palma (inaugurado el 26 de junio de 1987). Éste se pretende ampliar tanto en espacio como en contenido para convertirlo en un gran complejo cultural, con secciones más completas y detalladas dedicadas a la Historia y Cultura de La Palma, a las Bellas Artes y a las Ciencias Naturales, así como un Centro Documental y una sala multiusos, una cafetería… Este Centro estaría articulado con el Museo Insular formando una sola unidad cultural que se ubicaría en los edificios colindantes en los que actualmente ocupan la Escuela Insular de Música, el Centro de Venta de Artesanía y la antigua academia Pérez Galdós. Se pretende conseguir, así mismo, que allí se integre el Centro de Conservación y Restauración del Documento Gráfico y un Museo de la Imprenta, etc.

Muchas dependencias del recinto se han adaptado, con respeto, para su nueva finalidad. Se accede a la galería superior a través de una amplia y esbelta escalinata de balaustres torneados donde se pueden apreciar dos tablas flamencas de Santa Lucía y Santa Bárbara y otros óleos de pintura religiosa, como el San José, de Maella, procedente del Museo de Arte Moderno de Madrid (Daranas). Varias estancias en las que se suceden exposiciones pictóricas de, por ejemplo, los palmeros Gregorio Toledo, Manuel González Méndez, González Suárez, etc. También se exponen elementos representativos de la economía palmera en todas sus vertientes, en el llamado Museo Etnográfico. También una representación de todos los trajes típicos de La Palma. Se puede visitar también una celda franciscana, representada tal y como se tenía en la antigüedad. Se continúa la visita hacia una habitación dedicada a la seda, donde se expone todo el proceso artesanal de esta importante producción, desde el gusano de seda hasta el producto elaborado. El visitante encuentra también un magnífico claustro del siglo XVII en el que crecen los naranjos plantados por los reyes y Jefes de Estado europeos en 1985, con motivo de la inauguración del Observatorio Astrológico del Roque de Los Muchachos. En la antigua cocina del convento se hallaba colocado el Museo de Arqueología, cedido por La Cosmológica y que ha sido objeto de gran polémica por su traslado al moderno Museo de Los Llanos de Aridane. Allí se había reproducido un enterramiento aborigen tal y como fue descubierto en Tijarafe. Daranas también nos recuerda en su detallado recorrido por el inmueble que “destaca en esta sala la espectacularidad de los materiales cerámicos de la isla, que han servido para establecer la evolución de la cultura de estas poblaciones prehistóricas”. Se hallaban también algunos grapados rupestres muy interesantes. En el antiguo refectorio del convento, “que en sus mejores tiempos dio alimento a una congregación de más de sesenta frailes”, se ha instalado el Museo de Ciencias Naturales, cedido por la Sociedad La Cosmológica. En ella se observa un catálogo importante de aves, peces, crustáceos y minerales.

“El magnífico recinto del Real Convento Franciscano de la Inmaculada Concepción, obra maestra del siglo XVI, acoge hoy el Museo Insular de La Palma. La instalación de este Museo en el Convento, cuya reciente inauguración ha supuesto un enorme esfuerzo económico y de todo orden al Cabildo Insular, es fruto del empeño, tesón y constancia de la Comisión de Cultura del propio Cabildo. Ustedes, visitantes palmeros y foráneos, pueden admirar a lo largo de las diversas salas gran parte de la historia de La Palma, desde las distintas ópticas, pasando de las Bellas Artes, a la etnografía, la artesanía, la arqueología, las ciencias naturales y la construcción naval, lo que les dará una idea muy clara de nuestro pueblo, sus gentes y su cultura…”

José Luis González Afonso,
Presidente del Cabildo de La Palma, 1987

En cuanto a la llamada Casa de la Misericordia, se decía que allí estaba instalada la masonería palmera y que luego el inmueble pasó a los hijos de don León Felipe Fernández quienes la vendieron al Cabildo Insular, en escritura de 18 de marzo de 1940. En esta mansión estaba establecida la antiquísima Cofradía de la Misericordia o de la Vera Cruz, cuyos miembros la habían edificado junto a la torre. Sería Juan Massieu van Dalle y Monteverde el que construiría una estancia encima del inmueble a fin de pasar los últimos días de su vida.

Tras la supresión del cenobio palmero en 1835, la iglesia se independizó de la parroquia de El Salvador y pasó a ser ermita independiente, para constituirse en parroquial en 1954, siendo su primer párroco don Miguel Pérez Álvarez. De todas formas, para las clases populares que se asentaron desde el principio en torno al convento, la iglesia franciscana fue siempre su auténtica “parroquia, exceptuando el bautismo y comunión pascual”. Pérez Morera recogía en su obra: “Aquí oyen misa del alva la gran multitud de infelices que no la oyrían no diciéndose a esa hora, pues se haría más insufrible su miseria si se vieran en la necesidad de ponerla al público… tan así que sin ipérbole se puede decir que una mitad del pueblo concurre a San Francisco…”

La planta de la iglesia seráfica es de gran cruz latina de una sola nave y de dos brazos irregulares que están formados por varias capillas, dos a cada lado, lateral y colateral, edificadas en momentos diferentes y cuyos patronazgos fueron adquiridos por las familias de más abolengo de la muy ilustre ciudad. Diversas reformas se repitieron en el templo a lo largo de toda su historia, incluso la denominación actual de las capillas no es la misma que la originaria. La antigua capilla de la Virgen de Montserrat hoy está dedicada al Cristo de la Piedra Fría; la colateral del Evangelio, al Sagrado Corazón de Jesús; la de la Vera Cruz a Santa Ana y luego a la Inmaculada; la de San Pedro a San Nicolás, etc. En opinión de Martín Rodríguez, “esta iglesia es la que conserva más testimonios arquitectónicos, plásticos y epigráficos del siglo XVI en toda la ciudad”

En la fachada se presenta el acceso principal, situado transversalmente a la nave principal, como se observa en los templos capitalinos de El Salvador, el Hospital de Dolores o Santo Domingo de Guzmán. En palabras de López García, la puerta principal es con arco de medio punto “enmarcada entre pilastras almohadilladas, con un incipiente entablamento, todo de gran sobriedad, contrastando con el frontón mixtilíneo, de carácter barroco que sirve de coronamiento. Por la labra de la piedra, parece todo del mismo momento, por lo que nos lleva a pensar en una obra tardía, donde ya triunfan formas barrocas”.

La capilla mayor fue fundada por Jácome de Monteverde –con las armas de los Groenemberg-, primer miembro de esta saga establecido en La Palma que había adquirido los ingenios azucareros de Argual y Tazacorte. Una amplia capilla con artesonado mudéjar y arco de medio punto. Hacia 1589-1590 se acometió la reconstrucción y ampliación de la primitiva capilla mayor, siendo guardián el padre fray Fernando de Molina. En torno a 1622 se hizo un retablo “suntuoso e como requiere en la capilla mayor e todo con muy grande costo”. En 1631 se había concertado su dorado al prestigioso maestro Antonio de Orbarán. En 1846 la capilla y el altar fueron reformados por don Felipe Massieu, natural y vecino de las Palmas, para ser colocado en él el Señor de la Caída, anhelada colocación que tuvo lugar el 18 de julio de dicho año, con una función solemne y procesión multitudinaria.

Este retablo tenía, en su ático, una alegoría del Santísimo Sacramento realizada por el Beneficiado Manuel Díaz. Su diseño fue del presbítero José Joaquín Martín de Justa y fue estrenado el 6 de julio de 1848. Predominaban las zonas estucadas de color blanco, preparadas para dorar pero que nunca recibieron el pan de oro. Esto fue debido, probablemente, a razones económicas. El techo, preparado para ser decorado al fresco, tampoco fue acabado, por lo que era un simple enlucido de ripia blanca que tapaba el artesonado, o, más bien, sus restos. El carpintero Gaspar Núñez en 1612 declaraba en un codicilo que el convento le debía 38 ducados por la techumbre. Recordemos que el altar mayor había sufrido un incendio poco antes de marcharse los frailes en 1832, por lo que el magnífico retablo de Andrés del Rosario estaba completamente arruinado, si bien pudieron salvarse las imágenes ya que el fuego se había iniciado en la sacristía. “Fue una suerte que no ardiera el Templo afectando sólo a los enseres, muebles de la misma y a las tallas del retablo mayor y puerta de acceso, algo más retrasada y al balcón tribuna del que solo queda, cerrado con una vidriera, su hueco”.

El actual retablo (c. 1717-1719) que se colocó en el testero de la capilla mayor fue traído desde la vecina ermita de San José tras ser desmantelado el anterior, en una polémica actuación del segundo párroco don Juan Pérez Álvarez, hermano del primero. Se trata de un retablo de dos cuerpos con columnas de fuste estriado y con bellos lienzos al óleo de artista anónimo. Representan a los Abuelos de la Virgen: San Joaquín y Santa Ana y en el segundo cuerpo, la Huida a Egipto y la Visitación. En la hornacina central –reformada en 1846- se veneraba la elegante talla de San Francisco de Asís –escultura montañesina del siglo XVII-, y en el nicho superior la magnífica efigie flamenca de la Inmaculada (principios del XVI), la más antigua de todas las Inmaculadas que se conservan en Canarias y que fue traída por el caballero mencionado, Jácome Monteverde. Según Daranas, “se representa descendiendo del cielo, con los ojos puestos en la tierra, arqueada en una acentuada curva gótica, las manos juntas en oración y sin el Niño, pues se trata de plasmar una prerrogativa anterior a su maternidad divina”. El catedrático aseguraba que, probablemente, debió de quedar deteriorada en el ataque de los hugonotes franceses en 1553 y se le cubrió con paños barrocos. La bella talla fue restaurada en 1969 por Pilar Leal y Julio García de Rueda. Entre leyenda e historia, se cuenta que, fruto del mismo ataque y en defensa de su amada patria, había muerto el insigne palmero Baltasar Martín de una pedrada propinada desde el campanario por un franciscano que lo creía enemigo. Desde entonces yace sepultado bajo la cancela que da entrada al templo. Otros cuestionan la existencia del héroe de Garafía (preciosa Villa del norte de La Palma) y que da nombre a una calle que discurre paralela al convento.

En un pequeño nicho de cantería, en un lateral de esta capilla mayor se halla expuesta una delicada y encantadora escultura del Niño Dormido, “tema apropiado a la religiosidad del Barroco […] que duerme plácidamente bajo los instrumentos del suplicio y sobre la calavera, signo premonitorio de su Muerte…” Era venerado en el desaparecido retablo del Calvario o de Ánimas.

La llamada Capilla de la Plata, primera colateral del lado del Evangelio, fue fundada en 1599 por Hernán Rodríguez Perera y su mujer, Catalina de Van Patris o de Plata (hija del mercader flamenco Jan Van Daysele) en honor de “Nuestro Señor, de su Santísima Madre y de San Juan Bautista”. Sin embargo, Viera y Clavijo, al hablar de ella, decía que “era fundación de los Pinto”. La inscripción esculpida lleva a pensar en un cambio de propietarios. Tiene arco de medio punto con casetones y capiteles decorados y destaca su artesonado mudéjar con decoración de lacería. Los capiteles jónicos, de buena labra, se decoran con flores y sus óvolos se ven en modelos de Serlio y Sagredo. Debe destacarse la decoración interna del arco con dobles casetones. Actualmente se denomina Capilla del Sagrario porque en el retablo del Sagrado Corazón se halla el tabernáculo donde se custodia el Santísimo Sacramento. En su ático se venera una preciosa talla barroca de Santa Teresa de Jesús, procedente de Sevilla y ejecutada en 1733. Fue encargada por doña María Massieu y Monteverde para el coro bajo del convento de Santa Clara. Se conserva también el pequeño retablo de Nuestra Señora de la Estrella de Mar, procedente de la ermita de San José, donde se venera a San Roque, la imagen más antigua de Canarias (s. XVI) del santo protector contra la peste.

La primera capilla del lado de la Epístola, dedicada originalmente a Nuestra Señora de Montserrat, fue fundada por el catalán Gabriel de Socarrás y Centellas, Regidor del Cabildo y su esposa, doña Ángela Cervellón Bellido –hija del conquistador Vicente Cervellón- en 1565. Conocida también como de Nuestra Señora de Los Ángeles o de los Socarraces, se la ha considerado como la mejor capilla de la ciudad. En uno de los artesonados más interesantes del Archipiélago se aprecia, en su almizate octogonal, la Coronación de la Virgen por la Trinidad. Un rico artesonado cupular con decoración renacentista dividido en casetones rehundidos por molduras que producen riqueza y claroscuro. Fue construida antes de la invasión de los franceses en 1553. Su existencia prueba que el convento se libró del incendio provocado por los temibles piratas, lo que coincide con el texto de Gaspar Frutuoso, en el que se indica que el incendio tuvo lugar desde la Placeta de Borrero hacia el sur, en dirección al puerto, entonces el tercero en importancia del Imperio de Carlos V, tras Amberes y Sevilla. Los restos de zonas doradas, azules, rojas y negras, dan todavía buena información de su original esplendor. “Este original esquema de unir estructuras de carpintería con imágenes, se completa en la base de la armadura con la colocación de ocho bustos de los evangelistas y algunos apóstoles o santos” (Martín Rodríguez). Destaca también su interesante arco apuntado sobre pilastras cajeadas completamente decoradas “a la romana”. Sobre un pedestal con rostro humano barbado (tal vez San Pedro) se levanta la pilastra cajeada, totalmente cubierta por una decoración de repertorio renacentista, como en ninguna otra de Canarias: “capitel de follaje (con marcado recuerdo corintio), con calículos y cabeza de querubín. El arco tiene por decoración un bello grutesco”. Pérez Morera coincide: “la traza del arco, ligeramente apuntado, y la ventana ojival de la pared meridional evidencia la pervivencia del gótico; el arco labrado en piedra, con fina ornamentación de grutescos, no tiene comparación en las Islas”. Es extraordinaria la pilastra, con decoración de tipo vegetal, guirnalda con rostro de persona, un angelote… La fecha de 1565 para esta capilla es de gran interés, si la comparamos con la de 1563 en que se construyen las Casas del Cabildo, ya que es evidente la similitud de la talla en ambas fábricas. Se ha querido ver el mismo autor anónimo común. Pérez Morera nos informa de que “cabe la posibilidad que tanto su espléndida cubierta como su arco hayan sido labrados por Arnández de Viamonte, artista que, según consta en el testamento de Diego de Monteverde en 1551, fue contratado por éste…” Hernández Perera decía que “es una de las pocas cubiertas italianizantes del Archipiélago, no tributarias de las lacerías moriscas”. Atribuye la capilla a Juan de Ezquerra.

En esta espectacular capilla se venera al Señor de la Piedra Fría, sobrecogedora imagen que es la más antigua de Canarias de la advocación del Cristo de la Humildad y la Paciencia. Esta talla anónima del siglo XVI procede de México. Su retablo dorado era originario de la iglesia del antiguo Hospital –hoy Teatro Terpsícore y Melpómene, conocido como Teatro Chico- donde formaba pareja con el de la Virgen de la Piedad (hoy en la actual iglesia del Hospital de Dolores), de traza y decoración similar. Su origen consta en el inventario más antiguo de la casa-hospital en 1603, donde figura como “Ecce Homo de Las Indias”. Fue costeado por Santiago Matías Rodríguez de León, quien obtuvo licencia para fabricarlo en 1756, según Fernández García. El profesor Trujillo indicaba que “los estípites son de original y minuciosa decoración y las orlas combinan los acaracolados y temas florales”. Su multitudinaria procesión de la noche del Jueves Santo –antiguamente llamada Procesión de la Sangre- es una de las más esperadas de la espectacular Semana Santa de la capital palmera en la que desfilan todas las cofradías de la parroquia. Recientemente en la capilla se ha colocado una imagen de candelero de tamaño natural del imaginero palmero Pedro Miguel Rodríguez Perdomo, Nuestra Señora de la Luz de la Pasión, “de estilo barroco y mezcla del gusto canario y sevillano de finales del siglo XX”. En las últimas ediciones participa en la procesión del Via Crucis que sirve de prolegómeno de la Semana Mayor. El retablo original de esta capilla, dedicado a Nuestra Señora de Montserrat, patrona del donante y colocada allí en 1556, desapareció a principios del siglo XIX y la imagen mariana pasó a la capilla de San Nicolás. Junto a la presencia necesaria de los blasones familiares, en dicho retablo se hallaban los retratos del matrimonio donante, símbolo de su empresa piadosa.

La capilla colateral del Evangelio está dedicada a San Nicolás de Bari y fue erigida por Pedro Escudero de Laguna, presbítero y Protonotario Apostólico de Su Santidad, quien luego la vendió al convento. Originariamente había sido dedicada por su fundador a San Pedro Apóstol. Fue adquirida más tarde por 6000 reales de vellón antiguos el 26 de mayo de 1626 por el rico mecenas don Nicolás Massieu ante el escribano Andrés de Chávez (Lorenzo Rodríguez). En el magnífico retablo barroco -construido por el maestro Bernabé Fernández en 1721 y por el que cobró 2500 reales- se expone un legado único de imaginería sevillana encargado por la familia Massieu. Su traza, como dijera Pérez Morera, “a pesar de lo avanzado de su fecha, es claramente bajorrenacentista, con su riguroso esquema de dos cuerpos y dos calles, además de perfecta ordenación de casillero; el equilibrio de verticales y horizontales, la armónica proporción de los elementos arquitectónicos y la mesura de la decoración le imprimen una monumentalidad excepcional…” El catálogo de tallas –obras del taller del imaginero sevillano Pedro Duque Cornejo y Roldán (1678-1757)- está compuesto por San Juan Bautista, San Juan Evangelista, San Pedro, San José y San Nicolás de Bari, esta última la mejor pieza. También se venera la de Nuestra Señora de Montserrat –Sevilla, primer tercio del siglo XVI- titular de la capilla homónima que fue traída por Socarrás. El dorado del retablo fue donación del presidente de la Real Audiencia de Sevilla, don Pedro Massieu Monteverde, en 1735. Se accede a la bella capilla por un arco de medio punto de cantería roja con medias columnas adosadas, de basa ática y equino decorado. Una magnífica lápida de mármol blanco procedente de Génova indica el mausoleo de la poderosa estirpe de los Massieu. En ella están esculpidas las armas en relieve de los linajes y sella la cripta de enterramiento del fundador, su esposa, señora de Lilloot y Zuitland, en Flandes, y sus descendientes. Pérez Morera aclara que esta lápida había sido encargada a Italia en 1655 pero no llegó a La Palma hasta 1721 debido a las guerras y a la falta de comercio. Por cierto, entre el cuerpo sobresaliente de esta capilla y el de la Plata, se encontraba el pasadizo llamado tránsito de la sacristía, hoy tapiado, que conducía desde el claustro, por detrás de la de San Nicolás, hasta el huerto de la sacristía.

Otras muchas sepulturas y enterramientos se hallaban esparcidas por el suelo de la iglesia. En el centro de la capilla mayor, por ejemplo, se hallaba la losa sepulcral de los Monteverde, con su escudo en bronce, desaparecido en 1846. A ambos lados se hallaba la del licenciado Bernardino de Riverol –según Pérez Morera- autor del Libro contra la ambición y codicia, publicado en Sevilla en 1556, y la del genovés Domingo Corona Palaviccino y herederos. Bajo el presbiterio, existían dos bóvedas conocidas popularmente, una como de San Antonio de Padua –al lado de la Epístola- y de San Diego de Alcalá –del Evangelio- porque se hallaban delante de las enormes imágenes de ambos santos, veneradas en el antiguo altar mayor; también fueron enterramientos respectivos de las famosas familias de Guisla y Castilla y Pinto. Los genoveses así mismo tuvieron sepulcro propio en el cenobio, donde se inhumó Margarita Sánchez en 1553. De ellas tan sólo se conserva un trozo de mármol negro, “en el sardinel de la puerta de la capilla de la Vera Cruz, semejante a otra lápida del siglo XVI, con letras góticas, existente en la iglesia del Salvador” (Pérez Morera)

La capilla colateral de la Epístola –con artesonado mudéjar y llamada de la Vera Cruz cuya cofradía de mismo nombre se fundó en 1558- fue obra del pueblo palmero, que solicitó al Cabildo de la Isla “moneda no sellada que era de limosna”, para poder fabricarla entre 1559 y 1563, según aparece en la clave del ancho arco que da a la nave. Por el acta del Cabildo de 1 de abril de 1560 se permite esta devota actuación. Bajo este arco tenía una reja que separaba la capilla de la nave de la iglesia. Sólo se conserva en ella el refulgente retablo dorado barroco de estípites en el que se venera otra Inmaculada, imagen de candelero del prestigioso artista polifacético Bernardo Manuel de Silva. Desfila procesionalmente cada 8 de diciembre. Cubierto de “estofados de oro con todo primor”, fue costeado por el coronel Felipe Manuel Massieu de Vandale, como recuerda Pérez Morera, “con motivo de haber sido declarada la Inmaculada patrona de las Españas en 1760”. El mismo profesor palmero nos informa de que “en el ático se halla la pintura de Duns Escoto, el teólogo franciscano defensor del dogma, y sobre la clave de su única hornacina, escudo con la invocación MATER INMACVLATA rematado por una corona imperial”. Una construcción adosada a la capilla fue acabada en 1762 como Camarín de la Concepción, a espaldas a la misma y hacia la plaza que servía para vestir, desvestir y enjoyar la sagrada imagen. Desapareció otro retablo en el que se daba culto al Calvario y cuyas imágenes fueron cambiadas en el siglo XVIII. En el ático se veneraba la imagen flamenca de San Miguel Arcángel (s. XVI) hasta 1969, fecha en que pasó al Real Santuario de Las Nieves donde tiene altar propio..Sobre una ménsula lateral se venera otra bella talla flamenca, San Blas Obispo, importada de los Países Bajos en el primer tercio del siglo XVI. Sobre otra, se ha colocado la bella Santa Apolonia o San Carlos Borromeo, etc.

“A este cabildo vino el Padre Rafael de San Francisco, predicador de la dicha Orden, el cual ha hecho relación de que una persona tiene en el puerto de esta ciudad sesenta doblas en cuarto, el cual los ha ofrecido y quiere dar de limosna a la Santísima Cofradía de la Vera Cruz de esta isla, par hacer una capilla en que entierren los pobres y cofrades…”
(Acta del Cabildo de 1 de abril de 1560)
Lorenzo Rodríguez

En la antigua Sacristía aún se puede admirar un techo mudéjar de armadura plana de casetones cuadrados con una rosa tallada al centro de cada uno. Fue la primigenia capilla de San José que fue fundada por Melchor de Monteverde y Salgado a principios del siglo XVIII y fue allí donde se dio sepultura a sus restos. En un lateral se conserva el escudo nobiliario de azulejos de la ilustre saga de los Massieu Vandale Monteverde y Ponte. Donde se ubica la actual Sacristía, a espaldas de la Capilla de la Plata y al lado del Evangelio, era una estancia edificada por Francisco Ruiz de los Reyes, como consta en escritura realizada ante Andrés de Chávez el 21 de julio de 1648.

En todas estas capillas “aparecen pilastras cajeadas, capiteles con decoración de ovas, rosetas y volutas en sus extremos, así como arcos con decoración acasetonada”. (López García).

En la nave central, son destacables los nichos de cantería, situados en el muro del Evangelio, con arcos de medio punto embutidos en la pared. En uno de ellos se venera una de las imágenes de pasión más importantes de Canarias, el magistral Señor de la Caída, magnífica obra fechada en 1752. De anatomía perfecta, salió de la gubia del afamado artífice Benito de Hita y Castillo (1714-1784) “el mejor artista de Sevilla”. La llegada de la efigie al muelle de Santa Cruz de La Palma en noviembre de 1753 fue todo un acontecimiento histórico. Esto fue posible gracias a la piadosa generosidad de doña María Massieu y Monteverde que, ciega desde 1748, no pudo admirar la deseada imagen. La talla contó con ermita propia en la Calle Real. Se salvó milagrosamente de las llamas junto con el Cristo de las Siete Palabras que hoy se venera en El Salvador. Presidía el anterior altar mayor del convento franciscano. La escultura lleva potencias de plata y una magnífica túnica de terciopelo rojo y bordada en oro, obras de talleres sevillanos del momento. Su esperada procesión anual tiene lugar actualmente en la noche del Miércoles Santo.

Frente a este nicho existe otro, aún mayor, entre la capilla de la Vera Cruz y la puerta principal, correspondiente al antiguo altar del Santo Cristo o Ecce Homo –nombre dado por la pintura del Señor colocada en el ático- y Nuestra Señora de Regla, fundado en 1638 por el piloto de la carrera de Indias, Miguel de Araujo, realizado siendo guardián fray Jacob Antonio Sol. Estuvo también ubicado la bella imagen de candelero de Santo Domingo de Guzmán y por último las enormes y magníficas imágenes sevillanas de San Antonio de Padua y San Diego de Alcalá (ambas del siglo XVI).

En el oratorio que erigió Juan Fernández Flores en 1593 –dedicado originalmente a San Cristóbal- se halla entronizado el magnífico grupo flamenco de Santa Ana, la Virgen y el Niño. Exquisita obra del primer tercio del siglo XVI, probablemente de origen brabanzón. Las imágenes se representan sentadas en un sitial con respaldo decorado con una tracería, pináculos y otros elementos góticos. Destaca en la bella obra de arte el tratamiento de los paños, acartonados, formando ángulos y contra-ángulos, reflejo de la pintura flamenca contemporánea. Pertenecía a El Salvador; pasó luego a la ermita de San José y más tarde al templo franciscano.

En otro nicho se halla el Calvario, formado por el Crucificado de Ezequiel de León (s. XX), la Magdalena del escultor orotavense Fernando Estévez del Sacramento (s. XIX), la sobrecogedora Virgen de La Soledad (1733) de Domingo Carmona y San Juan Evangelista (1828) de Aurelio Carmona.

El de mayor interés es el situado del lado de la Epístola, en los bajos del coro y a los pies de la iglesia, de factura clásica, remate con frontón triangular y bóveda avenerada. Allí se halla colocada una pequeña imagen de la Virgen Inmaculada. Aquí, en el coro bajo, se hallaban los altares de San Carlos Borromeo –talla sevillana del primer tercio del siglo XVII que aún se conserva-, construido por Pedro Bermúdez Manso, piloto, y su esposa Luisa de Brito en sitio cedido por la comunidad en 1619; y el de Nuestra Señora de los Ángeles y San Francisco de Paula, que perteneció al capitán Juan Felipe, piloto fallecido en La Habana en 1683.

Estas hornacinas de cantería –como dijera Pérez Morera- “quedaron ocultas con posterioridad por nichos y retablos de madera dedicado a diferentes devociones franciscanas: el altar de San Buenaventura, junto al púlpito; el de San Pedro de Alcántara; el de la Divina Pastora, presidido por un cuadro de altar de Juan Manuel de Silva encargado por Claudio de Acosta y Lemos y doña Josefa de la Encarnación Castellano…”

Para terminar con las palabras del catedrático palmero Daranas Ventura, “nos encontramos, pues, ante un conjunto de gran valor artístico y que, al mismo tiempo, ha sabido conservar su austeridad franciscana”. De la misma manera, el actual Consejero de Cultura y Patrimonio del Cabildo Insular Primitivo Jerónimo, nos informaba de que con todas estas actuaciones que se pretenden emprender, se reunirá, conservará y defenderá “el extraordinario legado documental de distinta naturaleza que existe en La Palma (fotográfico, audiovisual, iconográfico, sonoro…) mejorando también su accesibilidad y creando un espacio cultural que intente situar a la Isla y a la ciudad en la vanguardia de estos centros”.

José Guillermo Rodríguez Escudero

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