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jueves, 15 de enero de 2009

San Antonio Abad: El Señor de Los Animales

Iconografía, arte e historia en la ermita palmera de San Sebastián.

La tradición religiosa ha sido especialmente propensa a asignar a cada santo o advocación, cualidades especiales de patrocinio sobre grupos sociales, zonas, oficios, etc., y a considerar su protección contra los variados peligros que amenazan al ser humano. La figura de San Antonio Abad como patrón del ganado se deriva, probablemente, de su condición de santo antipestoso y, por ende, santo protector de los animales. Por este motivo es acompañado por un cerdo, especie sobre la que tenía singulares poderes curativos. La iconografía de este santo anciano es muy variada y no se limita sólo a esta faceta intercesora. Entre los pasajes de su vida ermitaña sobresalen varias tentaciones que le atormentaron en el desierto, a semejanza de Cristo. Se han interpretado por lo general como alucinaciones de un solitario agotado por el ayuno y la vela. Recordemos el lienzo de El Bosco (1450-1516) que se conserva en el madrileño Museo del Prado titulado Las tentaciones de san Antonio.

Otra representación pictórica digna de mención, ya en Canarias, la encontramos en la iglesia de Nuestra Señora de Las Nieves, en el término municipal grancanario de Agaete. En la tabla izquierda del tríptico flamenco –obra de Joos van Cleve (1490-1540) y conocido como el retablo de Antón Cerezo- se representa al santo ermitaño, patrón del donante. El óleo sobre tabla mide 117 x 54 cms. y está fechado entre 1535 y 1537. El venerable anciano –cubierto por ropa talar y una gran capa negra con capucha- camina descalzo por un frondoso paraje en unión de su inseparable cerdo con una campanilla o esquila en la oreja. El santo desgrana con su mano izquierda un grueso rosario de cuentas translúcidas asido a su cinturón mientras que con la derecha porta una larga y fina vara rematada por una cruz en tau en la que se apoya al andar.

También en la escultura ha tenido mayor difusión su representación aislada como anacoreta –tras haber entregado su fortuna a los pobres-, provisto de cayado o bastón, portando un libro y siempre seguido por un puerco. Este hombre santo decía: “El que permanece en la soledad se libera de tres géneros de lucha: la del oído, la de la palabra y la de la vista. No le queda más que un solo combate: el del corazón”.

En otras épocas se le invocaba también para librar la peste de los animales, de ahí que se le represente con un cerdo a sus pies. Como en este caso, y como norma general no exenta de excepciones, los atributos de respetable tamaño, como un gorrino, son representados en tamaño reducido. Esto sucede para evitar que estorben en el altar o en el trono y no resten importancia a la imagen del santo. Son meros símbolos. No excede las medidas de un simple conejo con relación a la imagen del santo. Los atributos, en definitiva, son para conocer las imágenes, no para sembrar confusiones.

Esta advocación posee algunas representaciones en la Isla de La Palma. Un ejemplo lo encontramos en la ermita de San Sebastián de la capital palmera, Patrón de la Salud Pública. Esta capilla ya existía en 1535 y había dado nombre al barrio, de carácter popular, configurado en torno al camino que comunicaba a esta ciudad con las Breñas y la banda de Los Llanos. En ella, además de la talla flamenca del siglo XVI de su titular, el flamante y glorioso San Sebastián, se contaba –y se cuenta- con otras dos advocaciones antipestosas veneradas una frente a la otra en los altares colaterales de la única nave de la pequeña iglesia: las tallas de San Roque y San Antonio Abad.

Una representación pictórica de este último ya se hallaba en el mismo templo en la décima visita documentada efectuada el 10 de junio de 1591 por el visitador general del obispado, Licdo. Gabriel Ortiz de Saravia:

“Hallose que la ymagen de Santa Ynés de bulto que solía estar en el altar por no ser proporsionada estaba al presente en casa del mayordomo para aderesarla y en su lugar estaba una tabla debuxado en ella la figura de San Anton, mandose adobar la ymagen”.

San Antonio Abad, además, alcanzó extraordinaria popularidad por su fama como santo curador del llamado fuego de san Antón o mal de los ardientes –erisipela gangrenosa-, la lepra y la sífilis, amén de la peste, el lumbago, las enfermedades de la piel... Además de las magníficas pinturas del techo raso de la capilla mayor, el artista Ubaldo Bordanova también decoró ambos retablos.

Pérez Morera nos informa de que, según consta en 1642, “el señor racionero don Lucas Andrés Fernández, hacedor de La Palma y vecino de la ermita” había mandado la confección de dos retablos –acepción que también se usaba entonces para designar una pintura sobre tabla- para los altares colaterales ya que la ermita por aquella época se hallaba en un lamentable estado de pobreza. Uno se hallaba bajo la advocación de San Ildefonso y el otro el de San Antonio Abad. Cada uno de ellos estaba apreciado en 200 reales y “pintados de limosna” por el afamado artista Antonio de Orbarán.

Así viene escrito en el “Ynbentario” de 27 de febrero de 1642, efectuado durante la visita del Doctor Eugenio de Santa Cruz, provisor general y juez ordinario del obispado:
“Ytem otro rretablo del señor San Antonio Abad que el de arriba y éste están en los dos altares colaterales, el qual assi mesmo mando hacer el dicho señor rraçionero y para él dio todo lo necessario de limosna y lo pintó el dicho Antonio de Orbara de limosna para su devoçión y se apreçió en duçientos rreales [Al margen: Retablo nuevo de Sr. San Antonio Abad]

El mismo investigador palmero nos informa de que se habían consumido por el tiempo y después de 1747 se colocaron en su lugar sendos cuadros de ambos santos, como consta en el Libro de la Ermita, custodiado en el Archivo Histórico de Madrid. Ya aparecían por primera vez en el la visita del Licdo. Juan Sánchez Vizcaíno, Beneficiado y Vicario, ocurrida el 18 de septiembre de 1625. Allí consta “Yten una ymagen de lienzo de San Ylefonsso. Yten una tabla en questá pintado San Antón…”

Don Esteban de los Reyes Utre Loreto y Carmona, presbítero, había declarado, como nos recuerda el cronista oficial de la capital palmera, Pérez García, “que construyó por su devoción y de su propio peculio el altar retablo de San Antonio Abad cuando fue ordenado de menores, cuidando del culto del santo, cuya imagen colocó en su propio altar en la ermita del Señor San Sebastián”. El mismo religioso doró y puso una vidriera en su hornacina. También donó las pequeñas esculturas de niños para colocarlas al pie de la peana de la venerada imagen. En su testamento de 1806 también declaró que había colocado la talla del “Señor San Antonio Abad, con su diadema de plata sobredorada, muleta y campanita de plata con seis niños en rrededor de su nicho […] y velo de damasco encarnado…”

Según el investigador palmero Fernández García, esta primera escultura de San Antonio fue sustituida en el siglo XIX por la actual talla datada –aproximadamente- en torno a 1755 y adquirida en el puerto mexicano de San Francisco de Campeche. Aparte de haberse convertido en el primer puerto de la península del Yucatán, también se había erigido como uno de los primeros astilleros de las Indias, destino –además-, de mayor importancia dentro del tráfico canario-americano. La había donado el capellán castrense José Pérez Hernández que, a su vez, la había heredado de su padre, Antonio Abad Pérez Herrera. Como curiosidad, digamos que el donante era cuñado del afamado escultor palmero Aurelio Carmona López. En palabras del profesor palmero Pérez Morera, “constituye una de las más hermosas tallas de este origen que se conservan en Canarias”.

Esta magnífica pieza, confeccionada en madera policromada y estofada -de autor anónimo campechano del siglo XVIII y cuyas medidas son 102 x 50 x 38 cms.-, fue descrita por el propio investigador:

“De carácter arcaizante, cierto reduccionismo en los rasgos expresivos, posición hierática y a la vez equilibrada en las composiciones y dominio de los pliegues del drapeado, el estofado se convirtió en un signo distintivo de esta escultura, donde la lámina de oro servía para la imprimación de diversos colores y esmaltes que transmiten a la imagen liviandad, brillo y luminosidad. Dramatismo y dulzura fueron conjugados por los escultores indios como una notable dicotomía entre la emoción y la paz interior”.

El padre del monaquismo -viejo ermitaño nacido hacia 251 en el Alto Egipcio al que se le invocaba para librar de la peste de los ganados- se le representa con un cerdo a sus pies. Patriarca de los cenobitas de la Tebaida cuya vida, contada por San Anastasio y San Jerónimo, se hizo popular en el siglo XIII por la Leyenda Dorada del dominico Iacobo de Vorágine, arzobispo de Génova. Además de la ganadería, también se le rogaba por la salud de los animales de corral e incluso domésticos. Moriría más que centenario en 356. Se suele representar vistiendo manto y capucha de monje y portando en una mano el báculo de abad. Sobre el hombro del manto suele llevar la cruz en forma de “Thau”, alusiva a su origen egipcio. Precisamente esta letra, la tau de San Antonio, se asimiló como amuleto y fue considerada como un preservativo contra las enfermedades contagiosas y la muerte súbita. A San Onofre –otro anacoreta egipcio- se le representa con un bastón en forma de muleta como el de San Antón Abad (como también se conoce a nuestro santo).

Se cree que este bastón de San Antón es el que poseía en su patrimonio personal el obispo Fray Lope de Barrientos. Se sabe que en el testamento de este prelado, dictado el 17 de noviembre de 1454, aparece mencionada como una de las reliquias más preciadas, ya que se consideraba el auténtico del santo. Es de madera de ébano y plata cincelada y sobredorada, de la primera mitad del siglo XV y de anónimo genovés. Sus medidas son 112 x 18 cms. y actualmente se conserva en la Fundación Museo de las Ferias, obra depositada por la Fundación Simón Ruiz (Medina del Campo, Valladolid). Sánchez del Barrio también nos indica que la empuñadura está rematada en forma de thau o cruz egipcia –la cruz de San Antón-, en la cual aparece el anagrama del “IHS” (Iesus Homine Salvator). Lleva los escudos con las insignias papales y las armas de los Luna (Benedicto XIII) y los Gèneve (Clemente VII). También lleva las inscripciones: “Gregorio XI”, “Benedicto XIII” y “Clemenes VII”. La funda es de cuero repujado y cartón (115 x 24 cms.) datada en la primera mitad del siglo XV y se cree obra de un artesano anónimo castellano.

Suele aparecer como un anciano con barba, leyendo en un libro que lleva en la mano que, según el tratadista Pacheco, significa “que sin estudiar supo la Escritura Sagrada”. El sevillano también insistía en que se le pintase “muy viejo pues murio de ciento y cinco años”. El rosario que lleva colgando del cordón de la cintura sirve para mostrar a los fieles su valor como poderoso talismán frente a las acechanzas del demonio y las enfermedades.

San Antonio Abad se ha convertido, además, en patrón de numerosas corporaciones: los cesteros, porque los solitarios de la Tebaida ocupaban su tiempo ocioso en trenzar cestos; los sepultureros, porque enterró a San Pablo Ermitaño –muerto a los 113 años de edad- en el desierto y al que ayudaron dos leones a excavar la fosa; los fabricantes de cepillos, porquerizos, vendedores de cerdos, carniceros, chacineros… por el cerdo, su atributo más popular; los campaneros, a causa de la esquila de esos animales. En algunos lugares también se erigió patrón de los curtidores, alfareros y arcabuceros.

En Canarias se suceden en numerosas ermitas y templos las imágenes de este santo protector de la peste y de los animales. Un ejemplo lo tenemos en el patrón del municipio de Fuencaliente de La Palma. El santo -que mira hacia el cielo- preside la bendición de los animales en la plaza si el tiempo lo permite. Se le hacen ofrendas con frutas y productos del campo, y tras una solemne función religiosa sale en procesión cada 17 de enero a hombros de sus orgullosos lugareños. Lamentablemente la talla primitiva se encuentra fuera de culto. Su templo data de antes de 1576. Se cuenta que dentro de él “en una refriega con unos moros que habían saltado en tierra, cogieron uno vivo, después de haber muerto a otros, y habiendolo vendido, aplicaron su valor para aderezar la ermita, lo que verificaron, cubriéndola de tejado, y encalándola, y al mismo tiempo retocando la imagen del Santo Patrono” (Lorenzo Rodríguez).

Hay otros muchos ejemplos. Así, en Tenerife encontramos un relieve anónimo en piedra del siglo XVI que representa al santo con su cochinillo custodiado en el baptisterio de la parroquia de La Concepción de La Laguna; también en el templo homónimo de la capital tinerfeña existe una pequeña efigie anónima del tercer cuarto del siglo XVIII donde el animal está exento; del mismo siglo es la escultura en madera policromada y telas encoladas de la iglesia de La Luz en los Silos. Aquí el báculo de plata es mayor que la imagen, reformada en 1872 por Juan de Abreu; en Santo Domingo de Güimar se conserva la talla dieciochesca de José Rodríguez de la Oliva; otra escultura se venera en el retablo mayor de la parroquia de Buenavista; etc. En Gran Canaria, en la iglesia de San Sebastián de Agüimes encontramos una talla completa y anónima de 1700, probablemente procedente de algún taller insular. Porta báculo de plata además del cerdo y el libro; etc.

Curiosamente todas ellas llevan el libro en su mano izquierda, excepto el santo de la ermita de San Sebastián, que lo hace con la derecha. Con la misma mano abre el libro la magnífica representación del retablo de la Virgen del Rosario de la parroquial de San Blas de la Villa de Mazo. Tras la segregación de la parroquia macense en 1832, el pueblo de Fuencaliente quiso que su santo patrono estuviese representado en el mencionado altar, colateral del Evangelio. Como vimos, tenía ermita propia en aquel municipio sureño desde el siglo XVI y aneja a la de Mazo. Viste manto y capucha de monje y porta en la mano izquierda el báculo de abad. Sobre el hombro del manto lleva la cruz en forma de tau y lleva colgado del cinto un rosario, que sirve para mostrar a los fieles su valor como poderoso talismán frente a las acechanzas del diablo y las enfermedades, tanto del hombre como del ganado. La pintura sobre tabla mide 76 x 163 cms. y data de 1689. San Antonio Abad y Santo Domingo de Guzmán –a ambos lados de la hornacina central- son pinturas sobre tabla de estética flamenquizante pertenecientes a la producción artística del palmero Bernardo Manuel de Silva. Según Pérez Morera puede que, cronológicamente, sean posteriores a 1689. Aparecen inventariadas en el templo en 1745. Sin embargo, hay investigadores que confirman su procedencia flamenca.

La escultura del santo ermitaño -que es objeto de este artículo- se muestra de pie, de porte majestuoso, que describe un elegante contraposto, disimulado por la delicada caída de la ceñida túnica, bajo el manto y por detrás del escapulario que cuelga recto. Otras de sus características apreciables son: el tallado de la larga barba que, sin patillas, se desparrama por la parte alta del pecho; también el trabajo de sus delicadas manos –la derecha casi abraza el libro abierto y la izquierda sostiene la muleta de plata en forma de “Tau”-; así mismo el de sus pies descalzos sobre una magnífica peana con grandes apliques dorados en forma de hojas de acanto; excelente acabado de su cabeza –coronada por una magnífica aureola de plata en su color que surge sobre una amplia tonsura-, tanto en la plasmación de las enjutas facciones como el trabajo de cabello y mencionada barba y bigote; bella policromía que combina el blanco con los tonos ocres y decoraciones doradas resaltadas con picado de lustre, grandes motivos vegetales simétricos de trazo grueso, mientras que el interior y forro de la capa se resuelve con un estofado más sencillo y compuesto de finas trazas horizontales; se consigue así un efecto armónico ajustado a la pobreza propia del santo anciano en su retiro, aunque el lujo de su atuendo responde más al gusto barroco y no una interpretación literal de su hagiografía.

Afortunadamente se ha recuperado la ceremonia de la bendición de los animales en la recoleta ermita de San Sebastián, en el corazón del Barrio de La Canela. El día de la onomástica de San Antón, 17 de enero, son cada vez más los vecinos y feligreses que llevan sus mascotas a los pies del “Santo Protector de los Animales” donde el sacerdote, con ayuda de un hisopo, los bendice en su honor esparciendo sobre ellos el agua bendita. Curiosa o milagrosamente todos guardan un respetuoso silencio.

José Guillermo Rodríguez Escudero

BIBLIOGRAFÍA

Libro de Visitas de la ermita de San Sebastián de Santa Cruz de La Palma, (s. XVI-XVIII), Archivo Histórico Nacional de Madrid.
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