Juan Luis Galiardo asume con autoridad el papel de Harpagón, un personaje que se mueve y pasea, dueño y señor, con egoísmo y desenfreno sobre el escenario. Es un poderoso, cínico, y divertido en su dramatismo. Este avaro del siglo XVII se diferencia de los actuales en las formas. Solo vive por y para el dinero. El resto de cosas de la vida, como la familia, el amor, y la amistad, le sirve siempre y cuando no le cueste nada y le aporte beneficios.
La escenografía de Ricardo Sánchez- Cuerda es una especie de puzzle que está en constante ejecución, con unas estructuras rodantes de acabado metálico con puertas- espejo, que contribuyen a dar una neutralidad emotiva y a la sensación de que la acción transcurre siempre en el exterior de la casa del tacaño e interesado protagonista. Asimismo, estas escenas proporcionan unos juegos de espejos muy sugerentes. Y las laberínticas entradas y salidas de los actores reflejan la proporción y armonía, como las irregularidades y los equívocos de la tragicomedia. Sin embargo, estos decorados hacen que no se pueda apreciar bien el teatro romano.Los actores aparecen con la cara pintada de blanco y cónclave de clowns y un alborotado peluquín. Esta imagen recuerda a las viejas fotos de los grandes trágicos del principio del siglo XX: el declamatorio Ricardo Calvo o el dramático Borras.
Los actores están impuestos por una gesticulación, entre la farsa y el mimo, asemejándose a muñecos medio humanizados. Sin embargo, el texto se desarrolla con un diálogo claro y muy cuidado. El director de la obra, Jorge Lavelli, consigue momentos de belleza completa.
Teatro Circo de Marte. A las 20.30 horas
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