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lunes, 8 de agosto de 2011

La Virgen de Las Nieves y su relación con América


“Señores, recemos y digamos que buen viaje hagamos; una salve a la Virgen de Las Nieves, abogación de esta embarcación: el Señor nos de buen viaje y buen tiempo y nos lleve a puerto de salvamento”

En las paredes de la suntuosa ermita de Nuestra Señora de Las Nieves, “Santuario tan antiguo que no se le conoce ni sabe en esta isla origen y que se han obrado muchos milagros valiéndose de esta Imagen”, cuelgan unos magníficos exvotos marineros en agradecimiento a la Patrona por los beneficios recibidos. A través de las centurias, La Palma ha tenido una dilatada historia marinera. Los hombres de la mar tuvieron por especial protectora a “la Morenita”, a la que imploraron en sus vicisitudes, recordaron en sus peligros y cuya protección buscaron en los naufragios.

Yanes Carrillo nos recuerda en su obra de 1953, Cosas viejas de la mar, cómo en las noches de tormenta y dura tempestad, los marineros repetían aquella invocación, antes de subir a lo más alto de la jarcia, y esto, decían, “les daba ánimos y alientos para luchar allá arriba”.

Era costumbre que en los veleros llevaran en su cámara una imagen de la Virgen de Las Nieves y así le suplicaban: “Madre mía de las Nieves, manda un relámpago para ver donde me agarro”. A la venerada efigie se le imploraba y se encomendaban con fervorosa oración en momentos de peligro, diciendo “Madre mía de Las Nieves, ayúdanos”. Algunas naves veleras que cruzan el Atlántico son bautizadas con el nombre de la Virgen milagrosa. Por eso se dice que es una Virgen marinera. Los capitanes de barcos atacados por los filibusteros, que se creen invencibles sobre el mar, imploran su protección. Cumpliendo promesas ofrecidas cuando el peligro les amenazaba, muchos de ellos, como recuerda Félix Duarte, llegan a “postrarse a sus pies, viendo en sus ojos divinos una escala de ternura y de amor, por la cual los espíritus cristianos, en sus horas de júbilo, vislumbran una anticipación de los éxtasis que disfrutan los bienaventurados en el reino de la gloria…”

El profesor Jesús Pérez Morera también rememora cómo una vez llegaban a tierra, rápidamente iban al Santuario a postrarse a los pies de “Asieta” (“Alma Santa Inmaculada En Tedote Aparecida”), “a darle gracias por haber podido pisar nuevamente su tierra y si el viaje había sido malo y les había azotado alguna dura tempestad, al regreso le llevaban botijas de aceite para la lámpara y hacían promesas, yendo unos desde el muelle, desnudos, de la cintura para arriba; y otros mudos, sin hablar, hasta llegar al santuario, y otros descalzos, en cumplimiento de lo que habían prometido”.

El santuario posee la colección de exvotos marineros pictóricos más completa del Archipiélago. El más antiguo lleva la fecha de 6 de mayo de 1639 (segundo más antiguo de España. El primero, fechado en 1621, se halla expuesto en la capilla del Rosario de la iglesia de Santo Domingo de la capital palmera), y los demás de 1704, 1722, 1723, 1757 y 1768. En palabras del artista e investigador palmero Alberto-José Fernández García: “todos se refieren a hechos similares y son un vivo exponente de la fe y agradecimiento de aquellos hombres por el favor recibido”. Éste de 1639 narra cómo a las once y media de la noche del 12 de mayo de ese año, la fragata capitaneada por Luis de Miranda salió del puerto de Campeche rumbo a La Palma y quedó varada hasta el día 16: “trabajando noche Y dia para salvar las vidas y al cabo de este tiempo fue el Señor servido Y la Virgen de Las Nieves que nadara dicha fragata y fuera navegando hasta Canpeche sin peligro ninguno (…) un devoto de aquella Santa Virgen prometio colocar el portento en su milagrosa Casa”.

Los exvotos pictóricos tratan de describir, sin mayores pretensiones, y lo más claramente posible, la enfermedad o el accidente, en este caso la tempestad o el naufragio, de cuyas fatales consecuencias se han salvado milagrosamente. Unos tipos de pinturas votivas que fueron muy populares en América, encontrándose en casi todos los más importantes santuarios.

La serie de exvotos del santuario de Las Nieves llamó la atención de Charles Edwardes, que visitó La Palma en 1887. Su contemplación suscitó en el ilustre viajero británico el siguiente comentario: “Es también en esta famosa capilla donde los hombres de la mar hacen sus promesas antes de embarcarse para La Habana. De sus paredes cuelgan viejas pinturas grotescas que representan milagros obrados en la mar por la Virgen misericordiosa. En 1704, por ejemplo, el capitán de una bricharca canaria, enfrentada a un barco pirata turco, invocó a la Virgen de Las Nieves con tal éxito que durante tres horas que duró la lucha no cayó un solo español, aunque sí numerosos turcos”. El maestre de campo Gaspar Mateo de Acosta envió desde La Habana, el 18 de noviembre de 1704, como agradecimiento a la Virgen de La Palma por su milagrosa intersección ante el ataque argelino, la maravillosa cruz parroquial de plata, de estilo barroco.

Otra sencilla historia de 1702 nos relata cómo la nave de Nicolás Marques, habiendo partido “de este puerto rumbo a la isla de San Miguel, al llegar la noche del vigésimo sexto día de viaje, se vio envuelta en una feroz tormenta, y al divisar una estrella durante la confusión, los tripulantes invocaron a Nuestra Señora de Las Nieves y en unos instantes volvió la calma”.

De este terrible episodio naval también se ocupó fray Diego Henríquez, quien, “al historiar los milagros de Nuestra Señora de Las Nieves en 1714, describe, en el número 14, la benéfica intervención de la Virgen en aquel conflicto”. En un manuscrito que se conserva en el British Museum de Londres y que fue publicado en la magnífica obra El Arte en Canarias [Siglos XV-XIX] Una mirada retrospectiva, gracias a que el canónigo Don Santiago Cazorla León facilitó una copia del manuscrito del mencionado franciscano, se conoce cómo fue el ataque y su resolución: “… presentaron la batalla, midieron fuerzas y temiendo el christiano en lo menos robusto de las suyas lo avía de rendir el turco, acogiose al favor de Nuestra Señora de Las Nieves de su isla, imploró su auxilio, y saliendo valeroso de la riña, se entró en el puerto; Y para memoria deste beneficio, de orden del dicho capitán se puso en la capilla mayor la pintura que lo representa”.

Como abogada de todos los palmeros, la Virgen de Las Nieves fue la principal devoción que acompañó a los isleños en su arduo camino hacia las Américas; su culto está especialmente vinculado a los palmenses de ultramar y los libros de fábrica del Real Santuario están llenos de referencias a las dádivas y regalos hechas por los indianos en gratitud a la Patrona por los inmensos favores recibidos. Muchos de ellos considerados milagros. De esta manera, este santuario mariano es el templo canario que mayor volumen de platería americana atesora, de calidad y riqueza nada común. Ya en el siglo XVIII, Viera y Clavijo estimaba que la plata y las joyas de la Virgen ascendían a más de 20.000 pesos. Cantidad que se iba incrementando continuamente con las donaciones de los emigrantes isleños, que así agradecían a la Patrona, primero, su buena travesía y segundo, su buena fortuna en Indias, considerada también como “otro de los prodigios de la Virgen”.

Era una piadosa y común costumbre que los navíos que hacían la carrera de Indias llevaran una alcancía a nombre de nuestra Virgen, fuente importante de ingresos. Nos recuerda el profesor palmero Jesús Pérez Morera que “las cuentas de 1706 mencionan los 1488 reales recaudados ‘en las alcansías que a repartido el mayordomo en los nauios de Indias’ y las de 1672 los 10 reales del ‘costo de seys alcansias de oja de lata que se hisieron para repartir en vajelez para la limosna’”.

El tesoro impresionante que conforma el suntuoso joyero de la Virgen de Las Nieves -único en el Archipiélago cuya relación sería una empresa prácticamente inacabable-, está compuesto en una gran mayoría, por los regalos de los indianos. Baste decir que, a finales del XVII llegaron a existir en América dos apoderados del santuario. Nos recuerda el mismo profesor que uno se hallaba en la ciudad peruana de Lima y otro en La Habana, nombrados en 1694 por su mayordomo con el sólo objeto de recibir los legados hechos a la Patrona de La Palma en “rrealez, oro, plata, perlas, joyas, prendas y otras cualesquiera alajas de los géneros referidos, ornamentos, bestidos… así en el dicho reyno del Pirud como en otras cualesquiera partes…”.

“A Ella, cantada por los marinos que recibieron su favor cuando la invocaron sobre la movediza superficie del mar, le exclamaríamos: ‘¡Oh, Virgen de Las Nieves, efluvios de fe exhala nuestra alma, efluvios de amor exhala nuestro ser, que Tú, Madre de Dios, hacia Ti nos has hecho tener!’”.

José Guillermo Rodríguez Escudero

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